El autor de Olvidar Praga asegura que escribe para "descubrir quién soy, qué es el mundo y, en lo posible, aprender a perder mis batallas dignamente".
Por Claudia Roldós
“Decididamente fantástico. Al menos, me gustaría pensar que participan de esa tradición”. Así encuadra el escritor marplatense Federico Liste su producción literaria. Y completa: “Por supuesto, no me niego a escribir fuera de ese marco. Con un poco de ganas, algunos de mis cuentos, no publicados en libro todavía, podrían ser vistos como realistas, pero siempre hay algo incómodo ahí. Creo que lo más interesante de una puerta es el ojo de la cerradura, ni siquiera lo que está oculto detrás, sino lo que se atisba y la tentación de ver”.
El autor publicó recientemente Olvidar Praga (Gogol), 10 años después de haber obtenido el premio Osvaldo Soriano por ese conjunto de cuentos que llevan a quienes los leen por tiempos y geografías de lo más diversas, aventuras desconcertantes y personajes inquietantes.
La épica y el policial son elementos recurrentes de las historias, muchas bañadas por el espíritu del mar y Mar del Plata y otras en las que los límites entre sueño y vigilia, hoy, ayer y mañana y realidad y fantasía juegan y se mezclan, sorprendiendo, incomodando, cuestionando, dejando entrever… como el ojo de la cerradura. Sobre estas historias, sobre escribir, leer e incomodar, habló el autor con LA CAPITAL.
-A 10 años de haber ganado el premio Osvaldo Soriano por este libro de cuentos, pudiste publicarlo. ¿Cómo analizás hoy este trabajo? ¿Qué cambios tiene con respecto a aquella versión de 2011?
-Tomar distancia de algo escrito es difícil. Uno necesita convencerse de que lo que está escribiendo es, por lo menos, genial, si no, no funciona. Los años hacen con esa convicción lo que hacen con todo lo demás. El libro fue corregido una y mil veces, pero los cambios sustanciales no son muchos: quité uno o dos cuentos que ya no me gustaban y agregué dos piezas más nuevas. Lo curioso es que muchas personas que lo habían leído años atrás no notaron cambio alguno.
-Si bien cada relato tiene su identidad, su particularidad, hay un diálogo, una búsqueda concreta en la forma de expresar historias e ideas, de entretener, interpelar e incomodar al lector. ¿Coincidís?
-Es cierto, hay un aire de familia, pero no es algo del todo planeado. Cuando escribo un cuento lo pienso como un fin en sí mismo; no me preocupa si se lleva bien con otros en un futuro libro que, después de todo, siempre es hipotético. Mientras estos cuentos se acumulaban, tenía la sospecha de que el resultado final iba a ser ecléctico, por no decir un cambalache. Para mi sorpresa, no fue así. No sé si eso es una virtud. Los escritores usamos la palabra estilo para fingir que nuestras obsesiones e, incluso, nuestras limitaciones, nos llevan a recorrer siempre un mismo camino. En cuanto a incomodar, creo que eso se me da muy bien, sobre todo cuando no escribo. Supongo que eso sí es una virtud.
-Entre los puntos en común entre los cuentos, está esa sensación de que el límite entre los sueños y la realidad están desdibujados. ¿Cómo los construís?
-Creo que el límite entre el sueño y la realidad está desdibujado. Como solemos decir los atorrantes cuando nos acusan de romper un jarrón: “Ya estaba así cuando llegué”. Alguien por ahí dijo que estamos hechos de la misma tela que los sueños. Esa idea está bastante bien; ese tipo debería dedicarse a escribir.
-¿En qué o quienes te inspirás para generar esos climas?
-Soy de los que creen que sólo el arte inspira arte. Gente bien intencionada se me ha acercado para contarme algo que le pasó a un tío o a un cuñado. No funciona así. Aunque un escritor base una de sus historias en algo que le pasó al suegro, le guste o no, siempre va a terminar escribiendo, una y otra vez, los libros que leyó.
-También el ayer, el hoy y el mañana parecen mezclarse. ¿Consecuencia de lo anterior?
-Estaba así cuando llegué.
-Además del viaje temporal, varios de los relatos comparten un viaje geográfico. ¿Por qué Grenoble? ¿Por qué Praga? ¿Por qué la China imperial?
-Algunas elecciones geográficas son arbitrarias para que las que no lo son no resulten tan groseras. Si usted quiere mentirle a alguien o escribir ficción, es decir, mentirle a alguien, aprenda a dar detalles triviales para esconder los cruciales. Después, ponga cara de tonto: no falla nunca.
-Otro tema recurrente -también presente en tu novela Naufragio de una Sombra- es el mar, el puerto, los barcos. ¿Qué te llama la atención, te nutre y te lleva a explorar esos ambientes?
-El mar no puede estar ajeno nunca. No podría vivir sin saber que está ahí cerca, aunque no vaya. ¿Cómo no iba a formar parte de mi literatura? Después está ese otro mar, el de Stevenson, Poe, Melville… A ese no lo convoqué yo, se metió solo. Es él el que rompe los jarrones, no yo. Admito que hay algo de infantil en ese tipo de elecciones. A veces me gustaría ser de esos escritores serios, cuyas historias se desarrollan siempre aquí y ahora. Su destino es cambiar el mundo, el mío es un poco más humilde.
-Hay, también, referencias a las tradiciones de la literatura de aventuras, de piratas y lo policial europeo. ¿Son influencias para vos?
-Soy un gran defensor de la literatura de género. Como todo escritor, siempre soñé con escribir algún cuento o novela que queden grabados en la imaginación de la gente, pero si me tocara crear un género nuevo, dar en la tecla del momento en que me toca vivir, como hizo Poe al crear el género policial o Borges al inventar esa cosa extraña y casi mágica que hacía, me sentiría más que satisfecho, aunque fueran otros los que encontraran la forma de aprovecharlo.
-¿Cómo te relacionaste con la lectura? ¿Fue desde muy chico?
-En mi casa había muchos libros, pero pocos eran de ficción. En mi infancia creía que los escritores eran más bien pocos, una rareza. Mis padres eran gente muy culta, muy inteligente. También lo son mis hermanos. Soy un privilegiado: crecí creyendo que la inteligencia y el interés por saber eran algo común. No sé cómo llegó la literatura, pero rodeado de gente así, parece casi fatal, ¿no? Por ejemplo, nunca fui a un taller literario, pero cualquiera que hubiera escuchado a mis padres hablar sobre una película que acababan de ver en la tele habría tenido lo suficiente para hacerlo; nada más había que prestar atención.
-¿Cómo fue tu camino hacia la escritura literaria? ¿Hay un por qué, un objetivo concreto para escribir?
-Supongo que al principio fue un desafío intelectual, es decir, un ejercicio de narcisismo. Después, las lecturas se van acumulando y uno descubre que escribir es un aspecto más de la lectura. Un escritor no es más que un tipo particular de lector; uno que, además, escribe. El objetivo de todo esto no me resulta del todo claro, aunque uno siempre se reconoce en lo que escribe, así que no debe ser muy distinto al que tengo al hacer cualquier otra cosa: descubrir quién soy, qué es el mundo y, en lo posible, aprender a perder mis batallas dignamente.